Érase una vez que se era
una tarde de mayo de un sábado cualquiera,
de esas que subimos a la Sierra de La Capelada
y desde el coche observamos lo que nos ofrece la Naturaleza.
En uno de estos momentos despistados
del vehículo salimos para mover los zapatos,
y en la curva aparece una gran manada de vacas.
Nos ponen en alerta sus miradas desafiantes,
eso sí; nos quedamos parados y distantes.
Al ver su decisión de venir apresuradas a embestir,
a alguien se le da por reir,
si, si,,,,, de esa risa nerviosa:
alta y escandalosa.
Empiezan las vacas su lateral dispersión
e inmediatamente, la manada queda parada en seco,
ocupando todo el ancho del camino
y dicha visión, nos recuerda aquella canción:
"Atrancar las calles,
que no pase nadie
que pasen mis abuelos
comiendo cirigüelos...."
Y colorín colorado, como por arte de mago, el monte ya estaba atravesado.